viernes, 25 de marzo de 2011

Giuseppe Verdi

¡Viva VERDI!
Por: Federico Zertuche



• En el siglo XIX, durante la unificación italiana liderada por el rey Víctor Manuel II de Piamonte-Cerdeña, el entusiasmo se expresaba al grito de «¡Viva VERDI!», acrónimo de «Vittorio Emmanuele Re D'Italia» y apellido del querido compositor.


Creo que no es temerario afirmar que las óperas de Giuseppe Verdi (1813-1901) son las más interpretadas, escuchadas, populares, veneradas y amadas a lo largo de la ya dilatada tradición Occidental del género operístico. Tengo la impresión que difícilmente alguien podría afirmar que detesta a Verdi; su entrañable vena romántica, plena de pasión y dueña de una potencia lírica de extraordinaria belleza, hacen que nos rindamos ante el fascinante espectáculo que nos propone.


La Traviata, Rigoletto, Nabucco, Il trovatore, Aida, La forza del destino u Otello, son obras que se siguen representando mundialmente con creciente éxito, y las podemos escuchar una y mil veces encontrando casi siempre matices, tesituras, fraseos o detalles de los que no nos habíamos percatado antes, aunque disfrutándolas siempre, sin que lejos de menguar en lo más mínimo el inmenso placer que provocan, más bien se incrementa.


La melodía vocal expresiva es el alma de sus óperas. Encontramos en ellas muchos, memorables y excelsos duetos, tríos y cuartetos; y como es bien conocido, el coro juega un papel fundamental. El estilo de Verdi llegó a ser menos convencional a medida que fue envejeciendo, recordemos el caso de Il trovatore; sus trabajos ulteriores tienen una agradable continuidad musical, menos diferencia entre aria y recitativo, mayor orquestación imaginativa y ricos acompañamientos.


Cuando apenas tenía cuarenta años, Verdi compuso Rigoletto (1853), y La Traviata (1853). A pesar de que el público las amó, los críticos se escandalizaban por la trama, parecían condenar temáticas tales como la violación, el suicidio o el amor libre. Pero Giuseppe era ferozmente independiente, vivió abiertamente con su segunda esposa por diez años antes de casarse con ella. Luego del éxito de dichas obras, que le hicieron rico, Verdi compró una hermosa finca en Busseto; en 1861 fue elegido al primer parlamento que se convocó luego de la unificación de Italia convertida desde entonces en Estado- nación. Es oportuno recordar que cuando Verdi nació, era súbdito del ducado de Parma.


Ya maduro escribió Aida (1871), Otello (1887), y a la edad de setenta y nueve años su ópera final, Falstaff (1893). Verdi no componía para la elite musical, sino para el gran público cuyo principal entretenimiento era la ópera. Buscó temas que fueran originales, interesantes y pasionales; sobre todo pasionales. Casi todos sus trabajos maduros son serios y acaban infelizmente; ellos se mueven rápidamente e involucran a sentimientos extremos de odio, amor, celos y miedo; su poderosa música subraya las dramáticas situaciones.


Sus últimas cuatro óperas: Don Carlos, Aida, Otello y Falstaff son quizás las más depuradas. Falstaff, su trabajo final, es una obra maestra cómica la cual termina con una fuga despreocupada a las palabras: ¡Todo el mundo es una broma! La fuerza del destino es otra obra destacada. Sus composiciones menos reconocidas son Ernani, Luisa Miller y Un ballo in maschera.


Amén de sus ya épicas y legendarias arias, duetos, tríos, y cuartetos, así como sus famosos coros, Verdi despliega una extraordinaria capacidad creativa orquestal: desde sus oberturas y acompañamientos musicales de los solistas y demás cantantes y coros, una enorme riqueza melódica, profunda densidad sonora y efectos musicales dramáticos de gran impacto.


Verdi fue muy popular y querido en vida, un ícono nacional, a grado tal que cuando falleció en Milán, su entierro causó gran conmoción masiva, y al paso del cortejo fúnebre la muchedumbre entonaba espontáneamente el célebre coro de los esclavos de Nabucco: Va, pensiero, sull’ali dorate, considerado entonces como el himno nacional italiano.



¡Viva Verdi!
Gran intérprete del corazón humano

Por Francisco Pérez de Antón

El 24 de enero de 1901 las calles adyacentes al Gran Hotel de Milán fueron alfombradas con paja de trigo para que los traqueteos de los carruajes de caballos no molestaran al huésped que agonizaba en el segundo piso a causa de un derrame cerebral. Y cuando, tres días después, se supo de su muerte, los balcones de la ciudad se cubrieron de banderas enlutadas, los teatros cerraron en señal de duelo y una multitud de doscientas mil personas se aglomeró en el entierro del hombre cuya música había inspirado el resurgimiento y la unificación de Italia. Su nombre era Giuseppe Fortunino Francesco Verdi y había nacido 87 años antes en una pequeña aldea del Ducado de Parma, entonces bajo dominio francés.


Un mes después de su muerte, en un solemne y emotivo funeral celebrado en su memoria, la orquesta y coros de La Scala de Milán interpretaban el Va, pensiero, el famoso coro de los esclavos de la ópera Nabucco. Este bellísimo canto, convertido ya por entonces en el segundo himno de Italia, se había escuchado por primera vez justamente allí, en Milán, sesenta años antes, cuando Verdi sólo contaba 29. Y para gloria de su autor hoy enriquece el universal sentimiento de libertad que por siglos ha inspirado a hombres grandes y pequeños.


Pero cuando Verdi compuso el Va, pensiero, su espíritu distaba mucho de estar en lo más alto. Aún no repuesto por la muerte de sus dos pequeños hijos, ese año fallece también su esposa Margarita. Su familia se había esfumado. En tres años, tres féretros habían salido de su casa, como él mismo decía, y para colmo su segunda ópera había fracasado en La Scala de Milán. Verdi decide entonces abandonar la música. Le faltan la inspiración y el ánimo. Pero el empresario de La Scala, Bartolomeo Merelli, le obliga a aceptar un libreto.


“Introdujo entre mis manos a la fuerza el manuscrito”, escribiría después Verdi, “el cual enrollé de mala gana y, cuando llegué a la pensión, lo arrojé con un ademán violento. Al caer sobre la mesa, sin embargo, el manuscrito se abrió y mis ojos se fijaron en una página que comenzaba con esta estrofa: Va, pensiero, sull'ali dorate (Ve, vuela, pensamiento, sobre las alas doradas). Conmovido, seguí leyendo los versos. Primero, un fragmento. Luego, otro. Después, páginas enteras. Leí el libreto de Nabucco tantas veces que, al amanecer, me lo sabía casi de memoria”.


La escena, recreada a fines de los cincuenta en la película “Tragedia y triunfo de Verdi”, tiene un especial lugar en mi memoria, pues creo que fue así como descubrí la ópera. Los primeros compases del himno llegaban hasta Verdi de manera fragmentaria mientras él leía el libreto. La inspiración estaba cerca, pero no acababa de expresarse ante un hombre que se sentía fracasado y aún lloraba la pérdida de su familia.


En el alma de Verdi, no obstante, hay un pálpito superior, una grandeza que lo eleva por encima del dolor y el desencanto. Y poco a poco, en medio de su soledad y de su noche, los fragmentos del Va, pensiero comienzan a unirse y los coros a estallar con una fuerza imponente.


Como estallarían también en La Scala, el 9 de marzo de 1842, cuando el público de Milán lo escuche por primera vez. Gritos, banderas, lágrimas, entusiasmo desbordado. Verdi había logrado transformar el drama de la cautividad del pueblo hebreo en la metáfora musical de una Italia sometida al yugo austríaco. Y su música encenderá a partir de Nabucco el patriotismo de sus coterráneos. Y no sólo con esta ópera. Verdi había pulsado la cuerda más sensible del alma italiana. Y cuando años más tarde el movimiento de unificación comience a manifestar su secreto y ferviente deseo de unir la península bajo un solo monarca, lo hará con un lema que se haría célebre, Viva Verdi, donde la palabra Verdi era el encubierto acrónimo que formaban las iniciales de Vittorio Emanuelle Re D'Italia.


A lo largo de una vida excepcionalmente prolífica, Verdi musicalizó también algunos de los mejores dramas románticos de su tiempo y dio vida operística a personajes creados por autores tales como Shakespeare (Macbeth, Otello, Falstaff), Lord Byron (Il due Foscari, Il corsaro), Víctor Hugo (Ernani, Rigoletto), Schiller (Il masnadieri, Luisa Miller, Don Carlos), Alejandro Dumas, hijo (La traviata) o los dramaturgos españoles García Gutiérrez (Il trovatore, Simón Boccanegra) y el Duque de Rivas (La forza del destino).


Dispersas entre éstas y otras óperas, veintiocho en total, resuenan algunas de las cumbres líricas de todos los tiempos. Verdi bebió siempre en la buena literatura y pidió con frecuencia a sus libretistas adaptar aquellas obras donde, quizá porque lo había vivido, la inocencia sucumbía. En los grandes escritores encontró la estructura dramática que deseaba para sus óperas. Y con una bellísima música, dotó a los personajes clásicos de una dimensión que no tenían.


A cien años de su muerte, no todos los críticos son ni han sido benévolos con Verdi, si bien la mayoría concuerda en que nadie como él logró expresar la complejidad del corazón humano con una música tan sencilla. Creo que se quedan cortos. Y por más que contra gustos no hay disputas, pienso que Verdi le dio a la ópera una gran profundidad orquestal. Pero de todos los méritos que acumuló a lo largo de su vida, como músico y como persona, me quedo siempre con los de su noche triste, en una buhardilla de Milán. Es en esa hora terrible, cuando, sobreponiéndose a la soledad, a la derrota y al dolor de una familia perdida, Verdi se torna a mis ojos el más grande de los compositores de ópera.— F. P. de A.— Guatemala, Guatemala, enero de 2001 (Firmas Press).


El poeta y libretista Arrigo Boito junto a Verdi


Óperas compuestas por Verdi; detallándose lugar, fecha del estreno y autor del libreto:


• Oberto, Conde de San Bonifacio (Teatro La Scala de Milán, 17 de noviembre de 1839) — Drama en dos actos de Temistocle Solera.


• Un giorno di regno (Un día de reino) (Teatro La Scala de Milán, 5 de septiembre de 1840) — Melodrama jocoso en dos actos de Felice Romani.


• Nabucco (Teatro La Scala de Milán, 9 de marzo de 1842) — Drama lírico en cuatro partes de Temistocle Solera.


• I Lombardi alla prima crociata (Los lombardos) (Teatro La Scala de Milán, 11 de febrero de 1843) — Drama lírico en cuatro actos de Temistocle Solera.


• Ernani (Teatro La Fenice de Venecia, 9 de marzo de 1844) — Drama lírico en cuatro actos de Francesco Maria Piave.


• I due Foscari (Teatro Argentina de Roma, 3 de noviembre de 1844) — Tragedia lírica en tres actos de Francesco Maria Piave.


• Giovanna d'Arco (Teatro La Scala de Milán, 15 de febrero de 1845) — Drama lírico en un prólogo y tres actos de Temistocle Solera.


• Alzira (Teatro San Carlo de Nápoles, 12 de agosto de 1845) — Tragedia lírica en un prólogo y dos actos de Salvatore Cammarano.


• Attila (Teatro La Fenice de Venezia, 17 de marzo de 1846) — Drama lírico en un prólogo y tres actos de Temistocle Solera.


• Macbeth (Teatro La Pergola, 14 de marzo de 1847) — Melodrama en cuatro partes de Francesco Maria Piave.


• I masnadieri (Teatro Her Majesty de Londres, 22 de julio de 1847) — Melodrama trágico en cuatro partes de Andrea Maffei.


• Jérusalem (Ópera de París, 26 de noviembre de 1847) — Ópera, en cuatro actos, con libreto de A. Royer y G. Vaëz, de un libro de Solera de 1843.


• Il corsaro (El corsario) (Teatro Grande de Trieste, 25 de octubre de 1848) — Melodrama en tres actos de Francesco Maria Piave.


• La battaglia di Legnano (Teatro Argentina de Roma, 27 de enero de 1849) — Tragedia lírica en cuatro actos de Salvatore Cammarano.


• Luisa Miller (Teatro San Carlo de Nápoles, 8 de diciembre de 1849) — Melodrama trágico en tres actos de Salvatore Cammarano.


• Stiffelio (Teatro Grande de Trieste, 16 de noviembre de 1850) — Melodrama en tres actos de Francesco Maria Piave.


• Rigoletto (Teatro La Fenice de Venecia, 11 de marzo de 1851) — Melodrama en tres actos de Francesco Maria Piave.


• Il trovatore (El trovador) (Teatro Apollo de Roma, 19 de enero de 1853) — Drama en cuatro partes de Salvatore Cammarano y completado por Leone Emanuele Bardare.


• La Traviata (Teatro La Fenice de Venecia, 6 de marzo de 1853) — Melodrama en tres actos de Francesco Maria Piave.


• I vespri siciliani (Las vísperas sicilianas) (Ópera de París, 13 de junio de 1855) — Drama en cinco actos de Eugène Scribe y Charles Duveyrier.


• Simón Boccanegra (Teatro La Fenice de Venecia, 12 de marzo de 1857) — Melodrama en un prólogo y tres actos de Francesco Maria Piave.


• Aroldo (revisión Stiffelio) (Teatro Nuovo de Rimini, 16 de agosto de 1857) — Melodrama en cuatro actos de Francesco Maria Piave.


• Un ballo in maschera (Un baile de máscaras) (Teatro Apollo de Roma, 17 de febrero de 1859) — Melodrama en tres actos de Antonio Somma.


• La forza del destino (La fuerza del destino) (Teatro Imperial de San Petersburgo, 10 de noviembre de 1862) — Ópera en cuatro actos de Francesco Maria Piave.


• Don Carlos (Ópera de París, 11 de marzo de 1867) — Ópera en cinco actos de Joseph Méry y Camille Du Locle.


• Aida (Teatro de la Ópera del Cairo, 24 de diciembre de 1871) — Ópera en cuatro actos de Antonio Ghislanzoni.


• Otello (Teatro La Scala de Milán, 5 de febrero de 1887) — Drama lírico en cuatro actos de Arrigo Boito.


• Falstaff (Teatro La Scala de Milán, 9 de febrero de 1893) — Comedia lírica en tres actos de Arrigo Boito.


Tres de las óperas que compuso Giuseppe Verdi están basadas en obras de Shakespeare, en concreto Macbeth, Otello y Falstaff.









1 comentario:

Irma de la Fuente dijo...

Verdi siempre será grande, con una creatividad única, aparte de la belleza y el sentimiento en su música especial, te hace vibrar, con razón los italianos -y muchos que no lo son- lo adoran. Mil gracias, un abrazo,
Irma